Morir en el ciberespacio

El gran misterio de nuestras vidas es la muerte, lo que ocurre con nuestra esencia y nuestra energía cuando (en teoría) nos apagamos. En busca de explicaciones surgieron civilizaciones, religiones, supersticiones y florecientes negocios. Milenios después no sabemos nada concreto. Y ahora todo se complicó con internet: cientos de miles usuarios de redes sociales fallecen cada año dejando allí fotos, textos, pequeñas anotaciones sobre su día a día, y un montón de amigos reales y virtuales.

De la misma manera que el ciberespacio de internet ha contribuido a desenfocar la realidad de nuestras vidas, tiene un fuerte impacto sobre la irrealidad de nuestras muertes.

En internet no encontraremos solución al dilema del alma, ni el enigma de lo que hay en el más allá. En cambio florecen las dudas, nuevos fantasmas, una nueva dimensión para lo sobrenatural, para los espíritus que penan «allí donde no existe el allí», como decía una novela de ciencia ficción. Aparecen las contradicciones de una inmortalidad falsa y que puede ser o no ser deseada. O se transforma en un territorio donde uno atesora recuerdos, fotos de los seres queridos, una compañía silenciosa que está al alcance de nuestros sentidos y le da un nuevo sentido al luto.

«¿Cómo cambia esto la manera en que recordamos y guardamos luto?” preguntó el The New York Times hace poco en un largo artículo de portada de su revista dominical. Además de dar la estimación sobre el número de usuarios de Facebook que mueren al año (más de 300 mil por ahora), recuerda que en Flickr hay unas miles de millones de fotos, unas 20 millones de personas tienen blogs, cada día suben cientos de miles de videos a Youtube, y se producen millones de actualizaciones de Twitter.

Nunca antes nuestra humanidad había producido tanto contenido. En la práctica estamos ante un desdoblamiento de la persona que nadie había intuido con precisión. Y todo esto sucedió en apenas poco más de 15 años, si consideramos que la internet como la conocemos comenzó hacia 1994.

El artículo del Times coquetea con la idea que nunca sabes cuándo estarás colocando la última actualización en tus sitios de internet, porque si bien los paradigmas de la vida han cambiado con la irrupción de estas redes de comunicación, la muerte al final puede seguir comportándose de manera inesperada. Luego de un deceso todo el contenido queda allí, en estado latente, visible, muchas veces expuesto a comentarios públicos, y a veces a robos y usurpaciones.

¿Qué hacer con esos sitios en internet? El artículo dice que pese a la creciente relevancia de este problema, por ahora las respuestas son vagas. En algunos casos, agrega, como en Facebook, se puede transformar un perfil en un ‘memorial’. Otros pueden llegar a entregar el contenido a familiares con una copia de la partida de defunción.  En los sitios pagados terminarán borrando el contenido por falta de pago, pero en los gratis quedará allí por una cibereternidad. ¿Y qué pasará con los nombres de dominio que hemos registrado, y que son una especie de alter ego?

Sucede que cuando los familiares o seres queridos se acercan a pedir las claves para borrar el contenido, o para reordenarlo, o aunque sea para moderar los comentarios, se las pueden negar. Los blogs siguen recibiendo comentarios, muchas veces comentarios-basura, a veces ofensivos. Hay un vacío, hablando en estricto rígor mortis.

Entretanto han surgido empresas que se dedican específicamente a resolver los problemas generados por nuestro viaje al más allá. Algunos incluso con servicios de cremación de cuentas en las redes sociales o sitios web.

Muchas personas han comenzado a pensar en qué sucederá cuando mueran y toman medidas con anticipación, como depositar sus claves en lugares seguros, explicar a los familiares o amigos del mundo real cuál es su presencia en internet (cuando no sea secreta u oculta), o dejar una nota en sus testamentos al respecto.

Aparte que sitios de Facebook, o Twitter, o Blogs, o galerías de fotos, se conviertan en verdaderas tumbas virtuales de las personas que los crearon, con deudos-comentaristas, fotos de recuerdo y otras cosas, ya existen una serie de sitios que funcionan como cementerios virtuales, con nombres tan previsibles como Eternal Space, o Legacy.

Casi todos son similares, ofrecen un lugar para recordar y homenajear, los diferencia el modelo de negocios y a veces ni eso. Pero todo parece sugerir que son los cementerios del futuro.

La muerte e internet tienen más espacios de conexión. Con frecuencia se informa, por ejemplo, de casos de suicidios anunciados por la red que luego se transforman en realidad. O amenazas de muerte y destrucción que pasan previamente por el vecindario ciberespacial antes de volverse realidad.

También es común que gente (como uno) publique fotos evocadoras u obituarios, como parte del ejercicio del recuerdo.

¿Y qué pasará en el futuro cercano?

Uno de los temas que pueden aparecer cada vez con más frecuencia es la usurpación de identidad de la gente que muere cuando sus cuentas no están debidamente protegidas, lo cual puede desencadenar sesiones de chat casi sobrenaturales, envíos de correo misteriosos con fallecidos como remitentes, e incluso la aparición de sitios firmados por personas que ya no están. Esto ya sucede.

Imaginemos también que pasa con la iluminación del pequeño puntito verde del chat de Gmail o de Skype o similares. ¿Qué pasaría si después de muerta una persona por meses, e incluso años, se enciende la lucecita? ¡Si uno se asusta hasta con los puntitos de algunos que están vivos!

Veremos nuevas dimensiones de lo sobrenatural, desde luego. La era ciberespacial apenas comienza, así que pueden darse todo tipo de situaciones, desde contactos por chat con el más allá, hasta apariciones fantasmales en videos de Youtube, hasta quienes contratarán personas para que sigan actualizando contenido con sus nombres aunque ellos ya estén muertos, en busca de una nueva forma de inmortalidad… o de antimuerte.

Y quienes creen en la reencarnación ¿verán afectado su ciclo, podrán reconocerse?

Luego está la posibilidad de simbiosis que terminarían garantizando la permanencia del ser, o algo parecido. Quizás sea el escenario propicio para conectarse en un estado de semivida descrito por Philip K. Dick en la novela Ubik, que permite a los vivos seguir compartiendo con los que dejaron la vida física.

En la novela Neuromancer de William Gibson, de 1984, aparecen un personaje inquietante, en realidad una ‘conciencia’ archivada en la red después de muerta, que sigue pensando como si estuviera viva, aunque sabe que no lo está. Es un personaje espectral, recorriendo las bifurcaciones de un ciberespacio que fue descrito en ese libro premonitoriamente.

La conciencia de Dixie Flatline, que en realidad es un software, decide ayudar al hacker protagonista deNeuromancer en una operación delicada, pero con una condición: ser destruido al final. Morir de verdad.

¿Conciencias vagando en el ciberespacio? Suena como una reinvención de las almas en pena.

¿Será posible descansar en paz? El problema es que ya no basta con apagar la computadora.

Luis Córdova

Foto: fragmento de El Jardín de las delicias de El Bosco, tomada de Wikipedia

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