Recuerdo a Rick Deckard…

Recuerdo a Rick Deckard. Bajo la lluvia, en una ciudad sacada de un futuro sucio, sentado de prisa frente a un vendedor de fideos chinos mientras habla de su profesión: un Blade Runner, un matador de replicantes. Ya pasaron más de 30 años desde que esa escena fue proyectada por primera vez en una pantalla de cine.

«En los diarios no hay avisos para contratar asesinos. Esa es mi profesión, ex policía, ex blade runner, ex asesino», pensaba Deckard, con apariencia de detective de mediados del siglo XX, mientras a su alrededor la realidad era absorbida por la fauna de una megaciudad del siglo XXI.

La primera escena de la película Blade Runner estrenada el 25 de junio de 1982 mostraba una ciudad de Los Ángeles en el año 2019 habitada por enormes edificios piramidales que empequeñecen a los rascacielos actuales, iluminada por enormes despliegues de publicidad en movimiento, o por explosiones de origen desconocido. Era el mañana. Y esa música, claro.

Ese futuro se diluía cuando la mirada, atada a la cámara, bajaba hacia la noche permanente de las calles, donde los muebles, las oficinas, las ropas, parecían cosas provenientes del pasado, o del presente de los espectadores de 1982. Pero unos minutos después, cuando aparece Rick Deckard, la sensación de cambio es poderosa porque entra en escena una sociedad producida por la fusión y la fisión cultural y humana, un fenómeno que ahora es perfectamente comprobable. Entonces, un auto volador.

El estreno de la película Blade Runner no fue un acontecimiento cinematográfico, aunque a la larga marcaría un hito en la historia del cine, en particular del cine de ciencia ficción que, de acuerdo con los informes de taquilla, es el preferido de los terrícolas. Con los años se transformó en un objeto de culto y de márketing, convocó a su alrededor a una enorme cantidad de personas de diferentes generaciones, y tuvo la virtud de impulsar el reconocimiento de una obra literaria que ahora se considera muy valiosa.

En la época del estreno el mundo aún estaba sometido a los vaivenes de la Guerra Fría, con Ronald Reagan en Washington y Leonid Brezhnev, quien moriría justo en 1982 para ser reemplazado por Yuri Andropov, en Moscú. En América Latina comenzaba la «década perdida» de la economía, y, por supuesto, ese habíamos sido testigos de un trauma en vivo y en directo: la guerra de las Malvinas. Además, las dictaduras.

¿Recuerdan? Hubo un campeonato mundial de fútbol en España, ganado por Italia con goles de Paolo Rossi, la princesa Diana vivía y tuvo su primer hijo, y murió Grace Kelly. Ese año se estrenó una nueva versión de otra inquietante obra de ciencia ficción, La Cosa, dirigida por John Carpenter. Y la taquilla estaba liderada por otra película incluida en ese género: ET, el extraterrestre, de Steven Spielberg.

Pero pocos recuentos de las noticias de esa época evocan otro hecho de 1982. Apenas unas pocas semanas antes del estreno de Blade Runner falleció Philip Kindred Dick, autor obras de ciencia ficción, entre otras de la novela «¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?» (Do androids dream with electric sheep?) de 1968.

Philip K. Dick (la K es indispensable) era un escritor alucinado que tenía serias dudas sobre la realidad. En varias oportunidades comentó que la realidad podía estar prefabricada, instalada en nuestras mentes, una posibilidad permanente en sus novelas. Como escenario de sus narraciones imaginó diversos futuros, pero al final las conspiraciones y sus desenlaces solían desarrollarse en la mente de los protagonistas.

«¿Sueñan los androides…?» es la fuente directa de Blade Runner. El asesino Deckard de la versión en papel vive en un mundo mucho más deprimido, sin el encanto del tono ‘noir’ de la película, pero su objetivo es el mismo: eliminar a un grupo de androides Nexus 6, fabricados para asistir en la colonización del espacio, que han regresado ilegalmente a la Tierra.

La película puso a sonar el nombre de Philip K., y además convirtió a «¿Sueñan los androides…?» en uno de sus libros más citados y probablemente el más requerido de una obra redescubierta que ahora es objeto de culto y de estudio.

En el principio la película recibió críticas apenas tibias. Algunos comentarístas sugerían que podía encantar sólo a fanáticos del género, otros consideraban que el resultado de la adaptación del libro era aburrido. De hecho, la taquilla fue inclemente. Pero una vez más quedó demostrado que no todo es venta de entradas.

La difusión por video, las transmisiones por televisión, los reestrenos en salas de arte, pronto alimentaron el fenómeno. Había alguna razón por la cual Blade Runner estaba conquistando un número cada vez mayor de adeptos. Algunos alaban su atmósfera, otros la escenografía, la particular visión del futuro, el dilema vital que contiene la trama, el hecho que fuera un futuro mucho más cercano especialmente en el aspecto de los personajes, o la sensación voceada por muchos de que era, simplemente, una obra maestra.

De acuerdo con los historiadores de esta película, el director Ridley Scott no estuvo en el origen del proyecto, sino que aceptó una propuesta para hacerlo, basado en un guión de Hampton Fancher, retocado luego por David Peoples. Scott ya había hecho Alien, otra impactante obra de ciencia ficción, y había dirigido Los duelistas, una gran película ambientada en las guerras napoleónicas.

Pero Scott quien imprimió su sello visual. Además aportó el nombre definitivo, proveniente de la historia The Bladerunner de Alan Nourse (sobre la cual alguna vez escribió un guión William S. Burroughs), y buscó al creador de escenarios Syd Mead para que recreara el mundo del futuro. Además, descartó el uso del término ‘androide’ del original, y optó por el de ‘replicante’.

En un libro de comentarios sobre la película publicado por editorial Tusquets el cubano Guillermo Cabrera Infante sugiere que son réplicas pues no hay replicantes, «nadie replica nada». El mismo autor, quien dice que en esta película «el futuro es de lo más odioso», también considero a Blade Runner «la más excitante y perfecta de las películas de fantaciencia, de Fanta y ciencia», desde «2001, una odisea del espacio», de Stanley Kubrik.

Hace unos años la Sociedad de Críticos de Cine en Línea estuvo de acuerdo con ese juicio. En su lista de las 100 mejores películas de ciencia ficción de la historia Blade Runner aparece segunda, superada sólo por 2001…

En 1993 Scott realizó una jugada interesante: lanzó una «versión del director» bajo el alegato que en el original debió blanquear el final para complacer a sus productores y las salas de cine que querían algo parecido a un final feliz. En las dos horas que dura esta versión hay detalles que hacen más turbia la trama: Deckard sueña, y sus sueños son aparentemente conocidos por el otro asesino que lo acompaña como una sombra, Gaff. El dilema: ¿el blade runner, Deckard, también es un replicante con memoria implantada y otras artificialidades?.

Grupos de noticias en Internet albergaron encendidos debates sobre este tema, que a veces duraron años. Las especulaciones daban para todo. En el año 2000, entrevistado por una cadena de televisión británica para el documental On the edge of Blade Runner, Ridley Scott admitió que Deckard es un replicante. Algunos seguidores de la película, sin embargo, mantienen sus dudas.

A fines de 2007, en medio de una intensa campaña publicitaria para la difusión del ‘Corte final’ de Blade Runner a modo de celebración de los 25 años, con algunas escenas adicionales e imágenes muy refrescadas, la sospecha fue confirmada nuevamente por el director: Deckard es un replicante.

La discusión no es banal en el marco de la película. Porque entonces, ¿quién es humano? ¿qué significa ser humano? ¿es realmente tan importante?

Entretanto Blade Runner ha dado origen a numerosos libros, juegos, sitios web, colecciones privadas de ‘memorabilia’, tesis universitarias…

Como telón de fondo de este verdadero culto queda una inquietud planteada por la visión de la película: ¿acaso los androides de última generación Nexus 6, esos replicantes que deben ser asesinados, ávidos de vida, son más humanos que los humanos?. ¿Puede un humano enamorarse de un replicante, y viceversa?

Esta mañana recuerdo a Roy Batty, el más poderoso de los replicantes Nexus 6, con su apariencia de ángel exterminador, sus ojos implacables, la fuerza inhumana de sus circuitos.

Y la impotencia de no poder vivir más pues estos replicantes, hermosos y perfectos, han sido programados para existir por un plazo máximo de cuatro años. Atraviesa su mano con un clavo, para sentir algo, cuando la vida se le va. Pero no siente nada.

Entonces recuerda su vida, su corta vida de aparato fabricado, las cosas que ha visto en el espacio exterior. Y pronuncia delicada, poética y agónicamente las palabras más famosas de la ciencia ficción:

«Yo… he visto cosas que ustedes no creerían… naves de combate en llamas más allá de Orión, he visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la puerta Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir».

Al borde de una azotea salva a Ricke Deckard, el matador de replicantes, su verdugo. ¿Lo salva porque considera inútil perder una vida humana, o quizás porque supone, al igual que el director Scott, que también el blade runner es un Nexus 6?

Pero esa es una pregunta sin respuesta definitiva. Al igual que aquella otra, fundacional: ¿sueñan los androides con ovejas eléctricas?

Al final cuando el asesino de replicantes huye con la mujer a la cual tenía que exterminar, su enemigo, el asesino Gaff que lo sigue como una sombra, le deja un pequeño unicornio de origami, con lo cual le demuestra que conoce sus sueños.

Nadie vive para siempre.

por Luis Córdova

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