La vida y el destino

El destino está localizado entre lo que consideramos como nuestras vidas y lo que en realidad nos toca vivir. Con frecuencia, generaciones enteras pueden ser azotadas por circunstancias que escapan a su control y sacan a la superficie inesperadas fortalezas y miserias. El bien y el mal mutan y se confunden en el mundo pintado en una novela escrita por un periodista soviético titulada, precisamente, “Vida y destino”.

Vasili Grossman escribió la obra maestra de su vida en 1959. Pero el destino impidió que la viera publicada.

El libro se consigue en español. Aún así el grosor (de dimensiones rusas) y el precio elevado en muchos países de América Latina puede generar dudas entre los curiosos que deambulan por las librerías. Esas dudas en este caso se disiparon una tarde al final de noviembre de 2008, solitaria y despejada, cuando lo compré y fui a un bar en Santiago a comenzar a leerlo. 

Los ojos se encontraron con la primera línea: “La niebla cubría la tierra”.

Unas 1.100 páginas sin sangrías innecesarias, decenas y decenas de personajes con nombres difíciles de recordar. Una verdadera ensalada rusa en las primeras 100 páginas. Pero entonces comienza a fluir. 

La novela transcurre durante el sitio y la batalla de Stalingrado en la Segunda Guerra Mundial y recorre vastos paisajes de la Unión Soviética de entonces. Los personajes están traumatizados por las dimensiones de la tragedia. Hay escenas tan conmovedoras que a veces la lectura se estanca y los pensamientos vagan sin rumbo.

En la novela casi no hay espacio para la dicha y la felicidad. Aunque curiosamente, la esperanza es desmedida entre quienes se han acostumbrado a la muerte y la destrucción.

Grossman es un periodista histórico. Su biografía lo ubica como un famoso corresponsal de guerra del diario Estrella Roja que avanzó con el ejército soviético en la Guerra Mundial, describió el horror de Stalingrado en sus crónicas y además narró las primeras liberaciones de los campos de concentración nazis denunciando así una de las mayores atrocidades de la historia humana. Fue un personaje de novela.

En “Vida y destino” hay dos fuerzas oscuras. Una es la del nazismo, el nacionalsocialismo. La otra es la del stalinismo. La primera de esas amenazas une a todos los personajes soviéticos, pues viene de fuera. La otra es mucho más siniestra, más íntima porque les pertenece, los divide, y los transforma en víctimas o delatores de vecinos o colegas.

Es una novela de denuncia sobre el horror de las guerras, del totalitarismo, del racismo, de la prepotencia, de las dictaduras. También aborda sin anestesia las flaquezas con las que se encuentran los humanos enfrentados a un destino inesperado.

El escritor español Antonio Muñóz Molina, que escribió un artículo para celebrar la traducción de esta novela destacó que fue una obra que desafía la realidad pues fue escrita en vano. Grossman, una mente sagaz, sabría perfectamente que no había ninguna posibilidad de publicarla en su país.

La historia que se cuenta sobre como se llegó a publicar “Vida y destino” es la siguiente: en tiempos del primer ministro Nikita Jruschov cuando se cuestionaron excesos de los tiempos del stalinismo, Grossman finalmente decidió enviar el manuscrito a una editorial para intentar su publicación. 

Algún tiempo después lo citó un funcionario del Estado quien, sin desmerecer los méritos de su obra, le auguró que no sería posible publicarlo en al menos 200 años. A continuación agentes del servicio secreto quemaron todas las copias conocidas del manuscrito e incluso la cinta de la máquina de escribir de la mecanógrafa, para borrar todas las huellas.

“Pido libertad para mi libro”, habría dicho Grossman en una carta a Jruschov, según se consigna en una entrada de Wikipedia sobre esta novela.

Grossman había entregado copias a amigos y finalmente el manuscrito fue contrabandeado fuera de la Unión Soviética. Se publicó en los años 80. “Vida y destino”, “Zhizn i sudbá” en ruso. En 1985 apareció en inglés, “Life and fate”. El corresponsal de guerra había muerto 20 años antes, en 1964 en Moscú.

Algunas escenas

La nueva traducción al español de Marta Rebón publicada en 2007 es de calidad: la lectura fluye sin trancas. Y esa es una gran cosa cuando se trata de una gruesa novela rusa. De hecho, ha sido un acontecimiento literario.

Al principio el lector se siente confundido. Estamos en un campo para prisioneros soviéticos y los personajes aparecen con tanta velocidad que parece imposible retenerlos o ubicarlos en contexto narrativo. Luego, página a página, uno se acostumbra a los diferentes escenarios y comienza a conocer esos personajes, a desarrollar favoritismo por algunos, antipatía por otros, como suele suceder con los grandes libros. 

Al llegar al final después de varios días conviviendo con la guerra y sus consecuencias queda un vacío, dan ganas de que siguiera, de continuar viviendo con personas que, con demasiada frecuencia, se debaten entre el reproche y el remordimiento.

Un personaje importante en la novela es Viktor Pávlovich Shtrum, un físico que refleja virtudes y contradicciones. Descubridor de los misterios del tiempo y el espacio, de pronto se ve enfrentado con desolación a si mismo.

Recuerdo a Viktor en el capítulo 17, cuando piensa en las leyes de la física mientras el mundo real se deshace a su alrededor. Y reflexiona: “¡El campo de fuerzas es el alma de la materia! La unidad que comprende onda de energía y corpúsculo de la materia… la estructura granular de la luz… ¿Es una lluvia de gotas luminosas o una onda fulminante?”.

El capítulo 18 es tremendo. Es una carta de Anna Semyonovna dirigida a su hijo el físico Viktor Shtrum. “Quiero que sepas lo que han sido mis últimos días; con este pensamiento me será más fácil dejar esta vida”. Habla de la llegada de los invasores nazis a Ucrania, de su confinamiento en un ghetto, y de cómo su vida se va desmoronando. No entiende lo que esta pasando, “nunca me he sentido judía”. El ghetto, descubre, es un lugar lleno de esperanza. “¿Qué puedo decirte de los seres humanos, Vitia?”, le dice a su hijo.

La carta es larga y extremadamente conmovedora y concluye con una advertencia: “Vive, vive, vive siempre…”.

“Nunca, antes de la guerra, Shtrum había pensado en el hecho de que era judío, de que su madre era judía”, comienza el capítulo 19. Pero eso había sido trastocado por la tragedia. Luego lee de nuevo la carta de su madre y siente “una cuchilla fría golpearle la garganta”.

Las contradicciones de los militantes del partido comunista sometidos a la guerra son impactantes. En una escena dramática un prisionero soviético desea ser torturado en vez de seguir escuchando como un sofisticado oficial de las SS nazis le explica por qué los dos se parecen tanto, mientras le demuestra que sus objetivos como militantes de partido son similares.

Otras escenas de la novela colocan a las personas en una casa donde está la vanguardia de la resistencia del ejército rojo al sitio de Stalingrado, son a esas alturas de la guerra seres que parecen venidos de otra galaxia, supervivientes, locos. En una central hidroeléctrica donde la hija del encargado de la instalación mira al cielo a la espera que regrese su novio piloto. En una zona residencial de la ciudad donde una mujer vuelve a su casa en ruinas y le cuesta recordar cómo era su vida allí, tan acostumbrada está a la muerte, el hambre y toda clase de privaciones después de años de guerra.

Y esta novela incluye a partir del capítulo 45 la historia de la muerte en la cámara de gas de Sofía Óspinova, quien encuentra su propio destino de la mano de un niño a quien una pequeña jugarreta del azar colocó en un territorio donde llegó el ejercito nazi exterminador, y que ella ha adoptado en un tren de la muerte.

Mueren abrazados, y la descripción de este momento es una escena estremecedora. Da pudor hacer una cita de lo que se cuenta en esta página porque sería como romper un tabú.

Después de las primeras victorias contra los invasores de Stalingrado los papeles se confunden. Al final llega el silencio del otoño. “Se oía en su mutismo el lamento por los muertos y la furiosa felicidad de vivir…”.

Porque la novela es también un canto a la esperanza. Y un homenaje no sólo a quienes fueron víctimas directas de este episodio, sino a toda la humanidad.


Texto: Luis Córdova

Grossman, Vasili. “Vida y destino”, Círculo de lectores, Galaxia Gutemberg, traducción de Marta Redón, 2007.

Foto : “Grossman in Germania (1945)” por studycenter@grossmanweb.eu, CC BY-NC-SA 2.0

La foto está ampliamente difundida en internet, en este caso tomada de la página de Flickr de studycenter@grossmanweb.eu, atribuida al archivo de Fedor Guber. https://www.flickr.com/photos/93570069@N07/8613673263/in/photostream/


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