Recuerdo con cariño los años del rayuelismo, la novela gruesa bajo el brazo. En una espera aeroportuaria en junio de 2013 reabrí después de muchos años la primera página de esta novela y releí: “A su manera este libro es muchos libros”. Estaba desafiando al tiempo pues ya nada era lo mismo. Pero leí un buen rato, y otros ratos en otros aeropuertos de ese viaje, y en los aviones, y por la noche cuando retorné a casa, incluso en la mañana mientras tomaba café.
Y desde luego, quedé con un sabor espeso por el paso del tiempo. La novela de Julio Cortázar fue publicada en 1963 y cuando la leí sería por 1984, en la escuela de periodismo de la UCV en Caracas.
Queda pendiente desentrañar si lo que me impactó fue el paso del tiempo allá afuera, porque vivimos en una época diferente, o es el paso del tiempo interior, que de repente se hace notar como si el libro fuera un espejo. Creo más en la segunda razón, y por eso fue que compré la edición del 50 aniversario de “Rayuela” para regalársela a un joven lector, y por eso mismo tenía el libro entre mis manos en ese aeropuerto.
La primera sensación fue que ya no estaba cómodo con la lectura que hacía décadas me había deslumbrado, no recordaba que hubiera esa montón de referencias intelectuales, de atribuciones y citas que molestan la lectura y la hacen parecer tratado de ciencias sociales, o esa cantidad de adjetivos. La escena en que están escuchando discos de jazz fue dura de tragar.
¿Acaso uno de los síntomas de una novela que se transforma en clásico no es la capacidad de resistir el tiempo? Leo y además me sorprendo pensado que en tanto juego de palabras y callejuela de París (muchas ahora desnaturalizadas por avalanchas de turistas como la misma rue de la Huchette citada en la página 73) hay más preocupación por la forma que por el fondo lo cual no contribuye a la universalidad. De hecho, doy un vistazo en internet y el 50 aniversario de la novela tan celebrado en medios en castellano pasa casi desapercibido en otros idiomas.
La otra sensación es de ingenuidad. La novela se puede leer de dos maneras, en forma lineal hasta el capítulo 56 o en forma intercalada con una serie de capítulos calificados como prescindibles que van hasta el 155. Leerla con los capítulos intercalados es igual que leerla en forma lineal pero con anotaciones, con cosas de las cuales va tomando nota el narrador. La mayor parte de los capítulos prescindibles son prescindibles. Y cuando la novela llega a la segunda parte, ya no en París sino en Buenos Aires, se me hizo relenta.
Dicho lo cual, hay algunos que me siguen gustando mucho, como el 68: “Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas…”
Aunque el 68, como otros capítulos, o como algunos fragmentos, podría funcionar como obra separada de la novela. O como un tango.
Pese al desfase temporal, o a la sensación de que ya no era lo mismo, leí la novela rápido y, como la escribió Julio Cortázar, que fue un gran escritor, con virtudes como la imaginación y la ternura, con una mirada de niño juguetón con las palabras, el libro sorprende con imágenes y frases, con pequeñas historias, con composiciones de esas palabras.
En una bolsita de vómitos del avión anoté algunas: el impermeable olía a sopa fría, tiembla entre sus brazos como reflejo de la luna en el agua, mar de lenguas lamiendo el culo del mundo. El cuento del tornillo napolitano me encantó. La escena de sexo de la página 43 de esta nueva edición no la recordaba, intensa y despiadada y poética. O el capítulo 93 que comienza con un “Pero el amor, esa palabra…”.
O el mismo capítulo 7 que todos los rayuelistas citábamos y que ahora me pareció como fuera de lugar en ese lugar de la novela, aunque si, muy bien logrado.
Considero natural que a mucha gente si le guste “Rayuela” sin importar el paso de los tiempos. A los detractores, que siempre los hubo, no los he entendido mucho, percibo un toque de nihilismo gratuito. En mi país decíamos: tú no tuviste infancia. O en este caso juventud, curiosidad, ganas de leérselo todo.
Porque pese a la sensación interna y personal de que la novela no resistió el tiempo, pienso que sigue siendo una obra que puede calar en lectores jóvenes, que incluso es necesaria. Y me quedó el recuerdo de como fuimos aficionados a la novela, y la comentábamos y escribíamos sobre su contenido, por allá por los 20 años. Fue muy importante.
Esta semana se celebran los 50 años de “Rayuela” y hay homenajes y artículos sobre este tema en diversos países hispanohablantes. Los homenajes siempre son pesados. Pero si todo esto sirve para que los jóvenes la sigan leyendo y se sigan perdiendo en el laberinto de esta novela, que vivan los homenajes.
Texto de Luis Córdova
Original de junio de 2013
La imagen es un detalle de la famosa foto de Cortázar tomada por Sara Facio, gran fotógrafa argentina. Está disponible en el sitio de Wikimedia como obra en el dominio público.
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