En los límites de la realidad podría producirse una revolución tecnológica inmensa, a pesar de lo minúsculas que son sus partes. En ese territorio, fuera del alcance de nuestras miradas, habitan los átomos, y la medida oficial es el nanómetro (nm), o lo que es lo mismo, una mil millonésima parte de uno de nuestros metros.
Las visiones de un futuro desencadenado como consecuencia de la manipulación de la materia al nivel de los átomos que está incrustada en la promesa de la revolución de la nanotecnología, contrasta con la advertencia de quienes nos recuerdan que los sueños a veces se convierten en pesadillas.
En pleno siglo 21, hay quienes se preguntan qué pasó con esa revolución. Tras una avalancha de interés, de inversiones e incluso de asignaciones presupuestarias hace una veintena de años, en los últimos tiempos despareció de los titulares y pocos hablan de la nanotecnología, aunque aparezca mencionada en la etiqueta algunos productos y siga apareciendo en las búsquedas de internet.
¿Tendrá futuro?
La conversación sobre este tema comenzó en 1959, en una conferencia en el Caltech, el Instituto de Tecnología de California, cuando el físico Richard Feynman, un especialista en mecánica cuántica ganador del Premio Nóbel, dedicó su charla al “problema de manipular y controlar las cosas a pequeña escala”.
“Los principios de la física, tal y como yo los entiendo, no niegan la posibilidad de manipular las cosas átomo por átomo”, dijo Feynman. Al nivel de lo atómico, aseguró el profesor “muchas cosas nuevas podrán suceder”, porque las partículas se comportan en forma distinta a lo que ocurre a mayor escala. “Si nos reducimos y comenzamos a juguetear con los átomos allá abajo estaremos sometidos a unas leyes diferentes, y podremos hacer cosas diferentes”.
“Al nivel atómico hay nuevos tipos de fuerzas, nuevos tipos de posibilidades, nuevos tipos de efectos”, dijo Feynman. (Vea la conferencia completa en: http://www.zyvex.com/nanotech/feynman.html).
En 1974, Norio Taniguchi definió la nanotecnología (http://www.nanoword.net/library/nwn/1.htm) como una tecnología de producción a la escala del nanómetro, que como ya hemos dicho equivale a la milmillonésima parte de un metro. Un cabello humano puede tener entre 80.000 y 100.000 nm de espesor.
Las palabras de Feynman estaban muy presentes en la mente de Eric Drexler a comienzos de la década de los 80, cuando preparaba su tesis en el Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT). En 1986 la volcaría en un libro que movió cimientos. En “Los motores de la creación” se anunciaba una nueva era. (En inglés buscar Engines of Creation, solía estar disponible en el Foresight Institute, pero ahora no es tan fácil de ubicar)
“Carbón y diamantes, arena y procesadores de computadoras, cáncer y tejido sano: a través de la historia las variaciones en el orden de los átomos han diferenciado lo barato de lo caro, lo sano de lo enfermo. Cuando están ordenados de una manera, los átomos forman el suelo, aire y agua; si los colocamos de otra manera, obtendremos una fresa madura. De una forma producen hogares y aire fresco, y de la otra cenizas y humo”.
Así comenzaba este libro que ahora es un clásico. Drexler planteó una propuesta sin demora: es posible desarrollar una tecnología para manipular el orden de los átomos.
“Los microcircuitos tienen partes medidas en micrómetros, es decir en la millonésima parte de un metro, pero en el caso de las moléculas estas se miden en nanómetros, mil veces más pequeños. Podemos usar los términos ‘nanotecnología’ o ‘tecnología molecular’ para describir un nuevo estilo de tecnología. Los ingenieros de esta nueva tecnología construirán nanocircuitos y nanomaquinaria”.
Unos años más tarde, a mediados de los 90, comenzó la masificación de internet. La información comenzó a ser más accesible que nunca antes, incluso la más excéntrica, y en el nuevo mundo la palabra nanotecnología apareció con frecuencia, al mismo tiempo que se popularizaba el uso del prefijo ‘nano’ para referirse a lo pequeño.
Ciencia y ¿ficción?
“La nanotecnología es la creación de materiales, aparatos y sistemas funcionales a través del control de la materia a la escala del nanómetro (1 a 100 nanómetros), y el uso de novedosos fenómenos y propiedades (físicas, químicas, biológicas, mecánicas, eléctricas…) en esa escala”. La definición aparecía en el sitio de la NASA.
Desde la publicación del libro de “Los motores de la creación” han sucedido muchas cosas en el mundo de la nanotecnología. Se ha transformado en un negocio, en un polo de inversiones para capitales que buscan alta tecnología, en iniciativas gubernamentales, en foco de interés para investigadores, y los médicos están estudiando aplicaciones.
Pero aunque hay aplicaciones comerciales y científicas que recurren a la nanotecnología o la invocan, en años recientes pareciera que el interés se fue desvaneciendo.
Sin embargo el potencial aún está allí.
Se habla de la posibilidad de generar sustancias que actuarían como ‘nanobots’ capaces de ingresar al cuerpo y atacar enfermedades, o de superconductores que ayudarían a sobrellevar la crisis energética.
La lista sigue: materiales dotados de una resistencia impensable, pinturas que permitirían recolectar energía solar.
En la frontera más ácida de la nanotecnología encontramos las teorías sobre la probabilidad de crear nanomáquinas de dimensiones atómicas que realizarían el ensamblaje molecular directamente en la nanoescala, y que además tendrían el potencial de auto replicarse para realizar sus tareas.
Las visiones incluyen el desarrollo de maquinarias devoradoras de contaminación, o constructoras de edificios, o generadoras de materiales que reemplacen recursos naturales escasos, o enemigas ‘inteligentes’ del cáncer. O de pequeños y letales nanobots.
Hubo un choque de ideas sobre los alcances de la nanotecnología, protagonizado por Drexler, y por un científico estadounidense de renombre, ganador del Premio Nóbel, Richard Smalley, quien fue fuerte partidario de una aproximación más práctica a este nuevo mundo y cuestionó las teorías de las ‘nanomáquinas’ autoreplicantes, y los temores que esta perspectiva despierta en la sociedad.
Smalley planteó la importancia de alcanzar tecnologías a la escala normal que permitan obtener resultados a la escala del nanómetro.
“Podemos obtener propiedades increíbles que no se pueden lograr con la biología: fortaleza, resistencia a la alta temperatura, dureza y, sobre todo, la capacidad para conducir electricidad”, dijo Smalley, citado en junio de 2006 por un artículo de National Geographic sobre el tema.
“Tu y gente como tú han asustado a nuestro niños”, escribió Smalley a Drexler al criticar y descartar la posibilidad del ensamblaje o la fabricación al nivel molecular pronosticado en “Los motores de la creación”.
Pero Drexler insistió en la potencialidad de las nanomáquinas. El concepto está muy asociado a las leyes de la naturaleza: se considera que los ‘motores’ y otras piezas relacionadas con la acción por parte de estas nanomáquinas podrían estar basados en una “ingeniería de las proteínas”, que enzimas podrían actuar como “máquinas capaces de construir o destruir moléculas”.
Luego, esas mismas máquinas bioquímicas podrían ser utilizadas para hacer otras, más complejas. ¿Ficciones? Hay quienes hacen notar que esa nanotecnología demora demasiado en hacerse realidad.
Apocalípticos
Pero no todo es desafío o asombro. También hay señales de alerta. Las primeras, relacionadas con las consecuencias que podría generar la liberación indiscriminada de nanopartículas, o el contacto desprevenido con una materia tan pequeña que puede colarse con facilidad en lugares inconvenientes, como el cuerpo humano.
Los primeros cuestionadores de los productos basados en las propiedades obtenidas a la nanoescala apuntan hacia potenciales efectos tóxicos o contaminadores.
Y quienes busquen en internet encontrarán más: ¿qué hacer si billones de nanopartículas quedan fuera de control? ¿o si alguien las utiliza intencionalmente como arma?
Una de las alertas más sonoras fue producida por Bill Joy, una personalidad del sector tecnológico, quien en abril de 2000 publicó en la revista Wired un artículo muy comentado, “¿Por qué el futuro no nos necesita?” (http://www.wired.com/wired/archive/8.04/joy.html).
Advertía sobre los peligros en el desarrollo de nuevas tecnologías, con especial énfasis en la ingeniería genética, la robótica y la nanotecnología. Aún no se hablaba tanto de la inteligencia artificial…
El texto de Joy recorre la posibilidad del uso de la ingeniería genética para crear plagas letales, de la robótica para crear máquinas inteligentes que podrían superar a los humanos en su capacidad de supervivencia, y de la nanotecnología de generar instrumentos que pueden quedar fácilmente fuera de control o ser utilizados con fines destructivos.
“Al igual que en el caso de la tecnología nuclear, es mucho más fácil recurrir a la nanotecnología con fines destructivos que con fines constructivos”, dice Joy al referirse a la posibilidad futura de crear aparatos tan pequeños que lindan con lo invisible, por ejemplo con instrucciones de asesinato selectivo.
Plantea además que la caja de pandora de la genética, la nanotecnologia y la robótica «esta casi abierta, aunque pareciera que no nos hemos dado cuenta».
El dilema está siempre allí, acechando.
Texto de Luis Córdova
Este texto data de 1997, y ha sido editado en varias oportunidades.
Foto en dominio público tomada de la categoría Nanotech en Wikimedia. En el pequeño mundo del polen.
Deja una respuesta