Borges, Spock y el otro

En mundos propios de la ciencia ficción hay quienes desafían el continuo espaciotemporal. Mientras tanto, otros lo hacen en pleno planeta Tierra enfrentando sueños propios y ajenos. Les sucedió tanto al escritor argentino Jorge Luis Borges como al primer oficial de la nave Enterprise en Viaje a las Estrellas, el señor Spock. 

Ambos, literalmente, se encontraron a si mismos, aunque en diferentes puntos de la irrealidad.

Borges se me vino a la memoria en un cine, al final de la película de “Star Trek” titulada “Into Darkness” (2009), cuando el joven señor Spock llama: “padre”. Y entonces un hombre mucho más viejo que él se da vuelta y dice en forma lapidaria: “no soy nuestro padre”.

Los dos Spock, de orejas puntiagudas, son la misma persona proveniente de diferentes tiempos que coinciden por error en un mismo momento. Pero pierden la compostura pues como bien sabemos quienes hemos visto la serie desde la época de la televisión en blanco y negro, los nacidos del planeta Vulcano, como Spock, reprimen las emociones. 

Eso es ciencia ficción, dirán algunos, y nunca estará mejor dicho. Lo es. Hay combates espaciales y tramas intergalácticas. Pero la frase “no soy nuestro padre” insinuó una ruptura del tiempo. 

En la escena siguiente el joven Spock se embarca en la nave espacial Enterprise, comandada por el capitán Kirk, de la cual es primer oficial. Y salen otra vez en la exploración de “el espacio, la última frontera”.

Para quienes aún anden perdidos por el titulo de este artículo: lo mismo que le sucedió a Spock le ocurrió a Borges en 1969, en Cambridge. 

Según el mismo Borges relata en el cuento “El otro”, estaba sentado en un banco de un parque cuando sintió una presencia demasiado familiar al lado suyo, un hombre joven. Y dice: “no lo escribí inmediatamente porque mi primer propósito fue olvidarlo, para no perder la razón”.

Borges parecía conservar la calma. Pero claramente no era inmune a las emociones como los del planeta Vulcano. Cuando la similitud consigo mismo le comienza a parecer espantosa le hace una pregunta para saber si es la misma persona. 

Le pregunta si ha vivido en Ginebra, “¿en el número diecisiete de Malagnou, frente a la iglesia rusa?”.

En tal caso—le dije resueltamente—usted se llama Jorge Luis Borges. Yo también soy Jorge Luis Borges. Estamos en 1969, en la ciudad de Cambridge”.

Hace unos años cuando seguía el rastro de Borges en Ginebra fui hasta el número 17 de rue Malagnou y encontré un edificio más nuevo en vez de su casa, pero al frente si estaban como antes las cúpulas doradas de la iglesia ortodoxa rusa, encima de una colina.

En seguida, los dos Borges admiten que se trata de un sueño. Pero no saben quién está soñando a quién. 

En todo caso el escritor, el viejo, admite que “si esta mañana y este encuentro son sueños, cada uno de los dos tiene que pensar que el soñador es él. Tal vez dejemos de soñar, tal vez no. Nuestra evidente obligación, mientras tanto, es aceptar el sueño, como hemos aceptado el universo y haber sido engendrados y mirar con los ojos y respirar”.

A diferencia de los dos Spock, donde el viejo parece darle recetas al joven para vivir una vida más plena y desafiante, entre los dos Borges el de mayor edad aporta el cinismo y casi se burla de las pretensiones de un joven que quiere arreglar el mundo. ¿Cuál de los dos sigue el modelo más habitual?

El cuento de Borges termina siendo mucho más inquietante: ¿qué le diríamos al otro, si lo encontráramos, de repente, sentado en el banco de un parque? El dilema parece igual de válido para el joven y para el viejo, si bien el primero tal vez se sienta más perdido.

Hacia el final del cuento “El otro”, Borges se hace a si mismo de joven una revelación sobre la ceguera que estaba por venir: “Cuando alcances mi edad habrás perdido casi por completo la vista. Verás el color amarillo y sombras y luces. No te preocupes. La ceguera gradual no es una cosa trágica. Es como un lento atardecer de verano”. 

“Nos despedimos sin habernos tocado. Al día siguiente no fui. El otro tampoco habrá ido”.

Los dos Spock son víctimas de nuevas fantasías: traspasar un agujero negro, un tirabuzón interestelar, un continuo, quizás te puede transportar hacia otro tiempo, aunque el espacio no sea muy diferente. ¿Hay realidades paralelas? ¿Es posible viajar entre las épocas?  

Los Borges, en cambio, no tienen naves espaciales, dependen de sus sueños.

En todo caso cuando terminó la nueva película de Viaje a las Estrellas, sentí como se me erizaban los pelos cuando Spock el viejo con esa voz tan conocida recitaba esa introducción, con la música tantas veces escuchada cuando niño, en tardes interminables de lo que sin duda se puede definir como otra época: “El espacio, la última frontera. Estos son los viajes de la nave espacial Enterprise. Su misión: explorar nuevos y extraños mundos, para descubrir formas de vida y civilizaciones, e ir hasta donde nadie ha podido llegar”.

Por otro lado, leí esto que escribió Borges a propósito de su propio viaje a la frontera final: “He cavilado mucho sobre este encuentro, que no he contado a nadie. Creo haber descubierto la clave. El encuentro fue real, pero el otro conversó conmigo en un sueño y fue así que pudo olvidarme; yo conversé con él en la vigilia y todavía me atormenta el encuentro”.


Texto de Luis Córdova, primera versión en 2009 0 2010…

La foto es propia, son mosaicos de Ostia Antica en las afueras de Roma.


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