Desde hace unos días el sol se oculta detrás de las islas. Es una señal que anuncia la llegada del otoño a Lima y el final de la temporada de caza del rayo verde.
La existencia del rayo verde no está en duda, las enciclopedias lo reseñan como un fenómeno óptico atmosférico. Pero resulta curioso que aunque el sol se hunde en el horizonte todos los días y en países muy diferentes (y es el mismo sol), casi nadie ha visto ese destello crepuscular.
Todo lo cual nos lleva a una conclusión: al rayo verde es más importante buscarlo que encontrarlo.
Es en esa búsqueda donde uno puede toparse con el que aparentemente es el mayor de sus atributos: la esperanza. Porque si uno lograra verlo… ¿qué queda para después?
Muy a menudo esta búsqueda comienza con el recuerdo de una película de los años 80 llamada «Le rayon vert» de Eric Rohmer, título de una novela de Julio Verne de 1882 que aparece mencionada en uno de los diálogos. Está claro que los atributos del rayo verde pueden ser calificados como ficción. Pero como dijo un autor, la vida es una sombra, una ficción, y toda la vida es sueño.
No soy aficionado a búsquedas relacionadas con revelaciones emocionales y evito libros, autores y hasta cantantes que sirven de ayuda en estos recorridos. Pero el rayo verde es diferente, quizás porque tiene una connotación de ciencia ficción, porque casi nadie lo ha visto y porque es el resultado de algo tan poético como la refracción de la luz.
Además, están los atardeceres de Lima.
Hace unos pocos años cuando comencé a venir a esta ciudad que ahora me habita tenía la misma información básica que todos, y que como suele ocurrir con los estereotipos resultó ser un estereotipo. Es decir, Lima siempre está nublada aunque nunca llueve.
Llover no llueve, aunque la llovizna del invierno pasado fue suficiente para destruir el limpiaparabrisas del carro que manejaba entonces, un Karmann Ghia de 1961.
Con respecto a las nubes, es cierto que aquí el cielo suele tener esa cualidad láctea de los días grises por largas temporadas. Los limeños conocen bien este fenómeno, lo viven con cierta normalidad (unos más o menos que otros, es verdad), y han inventado una manera de describirlo: dicen que el cielo es color «panza de burro».
Cuando llega el otoño y hasta entrada la primavera del hemisferio sur el sol casi nunca aparece por Lima. Se aprende a apreciar el sol, de eso no cabe duda. Regresando al estereotipo, es importante hacer notar que una vez superados los vaivenes estacionales ese sol atesorado aparece con cierta frecuencia.
En medio de este escenario están los atardeceres. La temporada de atardeceres comienza hacia la primavera austral y se extiende hasta comienzos del otoño. Los mejores, como queda comprobado estos días, son los de fines de marzo y comienzos de abril cuando el sol se oculta detrás de las islas. Incluso hay días nublados que se abren a último minuto.
En un atardecer limeño la bola del sol baja lentamente. Como hay nubes alrededor tiene diferentes etapas con diferentes colores: cuando desciende, cuando se oculta, y cuando ya se fue pero continúa iluminando el cielo con tonalidades bastante pop como el fondo del cielo de un azul aturquesado, sea lo que sea eso.
En el malecón de Miraflores esta ciudad tiene unos parques desde donde el espectáculo se repite día a día.
Pero por más que uno disfrute de los atardeceres el rayo verde no aparece. En la película de Rohmer, la búsqueda del fenómeno está enmarcada por un retrato sobre una soledad moderna que afecta a la protagonista, esa soledad que va más allá de estar sola y que se manifiesta incluso en medio a la multitud, una soledad que parece más bien una discapacidad. Spoiler alert: el rayo verde aparece al final.
En realidad no es un rayo de aquellos que podríamos pintar en nuestras mentes. Más bien es como un pequeño destello verde sobre el borde superior del Sol. Es lo mismo que se ve en las fotos de Wikipedia o en Google cuando buscas allí. Es probable que incluso lo hayamos visto sin darnos cuenta.
Recuerdo que durante una conversación en un bar francés en Buenos Aires hace unos años mi amigo Miguel me dijo que lo había visto una vez, que si existe. Cuando le pregunté cuánto duraba el rayo verde, su respuesta fue «nada, la nada misma».
Sonó como un chiste y nos matamos de risas con ecos color Malbec, el famoso «rayo tinto” argentino.
Por mi parte, sólo puedo decir que la búsqueda del rayo verde no ha terminado, y ojalá nunca termine.
Texto de Luis Córdova, de 2012.
La foto está tomada desde el Malecón de Miraflores.
La ilustración de L. Benett para la novela de Verne publicada en 1882
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