La oveja eléctrica de Philip K. Dick

El autor intelectual de «Blade Runner» imaginaba un futuro turbio y esa es la base de una obra que no pierde vigencia. Es una ciencia ficción que explora el espacio interior. En 1968, por ejemplo, el escritor Philip K. Dick retrató un futuro con la naturaleza devastada, en medio del cual florecía una relación de odio entre un asesino de androides y su oveja eléctrica. (imagen: fragmento del poster de la película Blade Runner)


El 3 de enero de 1992, a primera hora de la mañana, Rick Deckard tuvo otra discusión con su esposa, Irán. «Aparta tu grosera mano de policía», le dijo ella. Entonces él aclaró que «no soy un policía». Pero eso sólo sirvió para una recriminación más fuerte: «eres peor… un asesino contratado por la policía».

«En la vida he matado a un ser humano», respondió Deckard, cazador de androides. Tras la pelea se coloca un protector genital de plomo y sube al tejado del edificio, donde pasta su oveja eléctrica, tan sofisticada que podría engañar a quienes no conocían su verdadera naturaleza. Allí al descubierto «el aire de la mañana, lleno de partículas radiactivas que oscurecían el sol, ofendía su olfato. Aspiró involuntariamente la corrupción de la muerte».

Así transcurre la primera escena de «¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?», que se convirtió en la novela más conocida aunque no igualmente leída de Philip K. Dick después que sirviera de inspiración para la película «Blade Runner», considerada como un clásico del cine.

El nombre de Dick aparece asociado otras películas. «Minority Report», un producto del midas cinematográfico Steven Spielberg es una. También otras recrean sus textos: «Total recall», «Screamers», «Impostor». Y hay otras que según comentaristas se inspiraron en sus visiones: «Truman show», «Matrix», «Pi».

Una ironía, porque su obra no fue verdaderamente apreciada durante su vida, que estuvo cargada de excentricidades, de opiniones lapidarias, de textos que los críticos descalificaban por tortuosos. Con el tiempo quienes aman las comparaciones suelen invocar nombres como los de Kafka, Borges, Orwell, cuando buscan una forma de encuadrar sus libros.

«Todo lo que puedo decir es que el mundo de ‘Blade Runner’ es donde realmente vivo. Allí es donde pienso que estoy», comentó Dick poco antes de morir en 1982, justo el año en que la película inició su largo peregrinaje por las salas de cine, proyectando la imagen de un futuro ‘negro’ o ‘noir’, como dicen los conocedores. Y quizás daba esa impresión porque más allá de la trama resultaba muy cercano a nuestra realidad. «Es un mundo donde vive gente. Y los autos usan combustible y son sucios y hay una especie de lluvia cayendo y es brumoso. Es terriblemente convincente», opinó el escritor, en un texto que puede ser encontrado en Internet.

En el epicentro de la narración Deckard es un exterminador contratado por la policía para eliminar los androides que regresan a la Tierra desde las colonias espaciales donde son usados como esclavos. Esta vez se trata de modelos Nexus-6, de una rara perfección, que tienen una sola limitante: viven cuatro años. Pero son máquinas inteligentes, y quieren ser libres.

Alrededor de ese conflicto hay una serie de emociones y un despliegue escénico que contribuyen a forjar el retrato de un momento social. Pero existen diferencias importantes entre la película, que ha sido vista por una impresionante cantidad de gente, y el libro, mucho menos conocido. En el caso de los latinoamericanos, durante muchos años ni siquiera era posible conseguirlo en librerías.

Uno de los grandes logros de la película dirigida por Ridley Scott con la colaboración de un equipo de colaboradores lúcidos, fue lograr una convincente atmósfera de futuro, incluyendo los escenarios, la iluminación, los gestos, un mundo noir. La selección de los personajes también fue precisa, y algunos actores cargan hasta hoy con el peso de ser identificados con su papel de 1982.

A diferencia del libro, que sitúa la acción en San Francisco en 1992, la película lo hace en Los Ángeles en 2019. Hay peculiaridades que quienes recuerden el filme podrán distinguir: en la novela Deckard tiene esposa con voz propia, la corporación fabricante de androides se llama Rosen y no Tyrell, la persona que aloja a los androides no es un creador genético con una extraña enfermedad sino un deficiente mental.

Pero más allá de estos detalles anecdóticos existen otras divergencias importantes entre las dos obras. La novela contiene elementos que contribuyen a generar una atmósfera más ruinosa y pesimista, y siempre deja claro que todo ocurre en un planeta abandonado por los más aptos y saludables. Para quienes aún permanecen en la Tierra, el mensaje es: «emigra o degenera».

Todos los seres vivos no humanos fueron afectados por una guerra radiactiva que extinguió casi todas las especies. Los animales verdaderos son escasos y por lo tanto codiciados, un símbolo de estatus cuyos precios exhorbitantes son marcados por el catálogo Sidney, que todos conocen aunque muy pocos puedan pagarse un lujo de esa naturaleza.

La alternativa son los animales eléctricos. Imitaciones excelentes capaces de engañar a cualquiera, menos a sus dueños. Deckard vive con la obsesión de reemplazar su oveja eléctrica por algún animal de verdad, lo que sea, y ese es el principal motivo por el cual acepta matar androides, para juntar el dinero.

Varias veces aparece mencionado el ‘kippel’, que son los desechos de la civilización, la basura misma.

Otro elemento clave de la novela, aunque hace más espeso su argumento, es la presencia de una especie de sentimiento religioso, llamado «mercerismo». Mediante unas consolas los humanos pueden conectarse a una red (aunque no aparece calificada como tal) y compartir el sufrimiento con Wilbur Mercer. Lo verdaderamente importante es que son partícipes de una sensación de identificación, una empatía, que es imposible de lograr para los androides.

Además los humanos aparecen retratados como dependientes de su conexión a un aparato definido como el «órgano de ánimos» al cual puedes bajarle el nivel hasta que te haga perder la conciencia. De esa manera logran resistir una vida de mierda.

Eso sí, cuando Deckard no estaba conectado, afloraba el odio que sentía hacia su oveja eléctrica, «que debía cuidar y atender como si estuviera viva» para disimular ante los vecinos. «Ella no sabe que yo existo».

La novela, publicada en el legendario 1968, cuando aún salían nuevos discos de los Beatles, París era zona de protestas, la guerra de Vietnam estaba en pleno desarrollo y masacraban estudiantes en una plaza mexicana, tiene un argumento más complejo que el de la película. Y los personajes, incluso los androides, son más humanos en sus miserias y mucho menos poéticos en muchos de sus sentimientos.

Dick ha dicho que uno de sus objetivos era presentar a un exterminador de androides que se deshumaniza, mientras los androides son percibidos como cada vez más humanos. Esa dinámica fue pasada con éxito hacia la película «Blade Runner», título que no tiene nada que ver con la novela, por cierto.

Después de la difusión de una ‘versión del director’ de la película el argumento es aún más confuso: todo parece indicar que el Rick Deckard del celuloide también es un androide. Pero para algunos la sensación no es definitiva (pese a las confirmaciones del director del filme) y ha dado origen a numerosos debates sobre el tema.

En el libro el asunto de la naturaleza humana también es un tema importante. Los cazadores de androides pueden dudar de su verdadera composición y a Deckard le sucede. En parte, porque se deja tentar sexualmente, y termina en la cama con la protagonista femenina, la androide conocida como Rachael: «Rick la desnudó, dejando expuestas sus nalgas claras y frescas».

Y Rachael: «no te vas a acostar con una mujer, no te decepciones, ¿quieres? ¿alguna vez has hecho el amor con una androide?».

Después Deckard le confiesa que si fuera una mujer de verdad abandonaría a su esposa para irse con ella. Pero todo ha sido una trampa de Rachael quien le asegura que se acostó con otros ocho o nueve cazadores antes, y ninguno pudo seguir dedicándose al oficio de exterminador, ninguno se atreve a retirarla a ella. «Esa tristeza, eso es lo que busco», le asegura.

Rachael después matará la cabra de verdad que Deckard se había comprado tras «retirar» a los primeros androides. Sin embargo su trampa no funciona, porque el cazador completa su violenta misión. «Los androides son estúpidos», opina.

Después, cuando se entera de la muerte de su cabra nubia, con la cual esperaba criar cabritos, trata de huir de si mismo.

Philip K. Dick solía situar la parte más conflictiva de las tramas de sus novelas en las mentes de los personajes.

Ahora que su obra es objeto de estudio se lo recuerda como una persona compleja, que tuvo sus propias paranoias y sus alucinaciones. En muchos de sus libros coquetea con la idea de que la realidad es manipulada de alguna manera, y aunque eso nos afecta, no nos damos cuenta.

En «Blade Runner» y en «¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?» la duda sobre lo que es real llega hasta la frontera más incógnita, la que está adentro de uno mismo.

Luis Córdova

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